Un llamado a la esperanza (1Pedro 1:13)

Introducción:

          1P. 1:13-16. En la mañana de hoy continuaremos con nuestra serie de sermones en la primera carta de Pedro, que a partir del vers. 13 del cap. 1 inicia una nueva sección.

En los versículos anteriores el apóstol ha venido describiendo la obra de gracia que el Señor ha hecho a nuestro favor al hacernos renacer para una esperanza viva (comp. vers. 3-4). Pero a partir del vers. 13 el apóstol Pedro comienza una serie de exhortaciones que se derivan de las doctrinas que han sido expuestas anteriormente.

No es suficiente que tengamos un entendimiento adecuado de las doctrinas bíblicas; ese entendimiento debe ir acompañado con una vida cristiana que sea consecuente con aquellas cosas que nosotros decimos creer.

          Y ¿cómo se supone que debemos vivir a la luz de la herencia que el Señor tiene reservada para nosotros en los cielos y de la cual disfrutaremos plenamente cuando el Señor Jesucristo regrese en gloria?

          Nosotros que somos los beneficiarios de esa gran salvación que fue motivo de indagación diligente de parte de los profetas del AT, que fue predicada con poder por los discípulos de Cristo y observada con interés por los ángeles del cielo, ¿cómo se supone que debemos vivir?

          Ese es el tema que Pedro va a desarrollar ahora en esta sección de la carta. Por eso comienza el vers. 13 con una cláusula conectiva: “Por tanto…”; “por todo lo que hemos dicho acerca de la obra de gracia que el Señor ha hecho a nuestro favor, he aquí las aplicaciones prácticas que se derivan de ello”.

          Y la primera que encontramos en el vers. 13 es la esperanza que debe caracterizar la vida del cristiano (vers. 13).

Aunque nuestra traducción en español posee 3 imperativos: “Ceñid los lomos… sed sobrios, y esperad por completo”, en el original el único imperativo es el tercero: “esperad por completo en la gracia que se os traerá”.

          Los otros dos verbos funcionan en la oración cualificando el mandato. De modo que podemos traducir el texto de este modo: “Por tanto, ciñendo los lomos de vuestro entendimiento y siendo sobrios, esperad por completos en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado”.

          Así que la esperanza cristiana es el centro de esta exhortación, que veremos en esta mañana bajo tres encabezados: en primer lugar, el objeto de la esperanza cristiana; en segundo lugar, el deber de la esperanza cristiana; y finalmente, el cultivo de la esperanza cristiana.

Por justicia debo reconocer que estos encabezados se los tomé prestados a un gran predicador del pasado llamado Alexander MacLaren. Veamos, entonces, en primer lugar el objeto de la esperanza cristiana.

I. EL OBJETO DE LA ESPERANZA CRISTIANA:

 

Debido a que nos encontramos en estos momentos en vísperas de las elecciones, mucha gente hoy día esta esperando algo, sobre todo los que simpatizan con algún partido o con alguno de los candidatos. Unos esperan que salgan los que están para que vengan los que estaban antes, otros esperan que los que están sigan estando, y aún otros tienen la esperanza de que no ganen ni los que estaban ni los que están.

Hay una fuerte expectativa en estos días que se acrecienta a medida que nos acercamos al próximo 16 de Mayo. Y los cristianos no somos ajenos a ese proceso que vive nuestro país en este momento; como decíamos en el día de ayuno y oración que tuvimos ayer, nosotros los creyentes somos llamados a ser buenos ciudadanos de dos reinos, el reino de Dios y el de los hombres.

La elección de un presidente debe ser motivo de interés para nosotros que nacimos y vivimos en la RD por la providencia de Dios. Pero si alguien nos pregunta cuál es el objeto de nuestra esperanza, qué es aquello que produce en nosotros un fuerte sentido de expectación, nuestra respuesta no será que gane fulano o zutano. Nosotros esperamos en la gracia que se nos traerá cuando Jesucristo sea manifestado.

Esa, y no otra, es la esperanza del cristiano. Por eso el gran día para nosotros no es el próximo 16 de Mayo, sino aquel que Dios ha señalado en Su calendario para el regreso en gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Fue para tener ese esperanza viva que el Padre nos hizo renacer (comp. Fil. 3:20-21; 3:1-4; 1Ts. 1:9-10; Tito 2:11-13).

Hay dos elementos que debemos notar en el lenguaje que usa Pedro en nuestro texto para designar el objeto de nuestra esperanza. Por un lado nos dice que debemos esperar por completo “en la gracia que se [n]os traerá cuando Jesucristo sea manifestado”.

Esa herencia de la que disfrutaremos plenamente en aquel día es un obsequio de la gracia de Dios para Sus hijos. Como hemos dicho otras veces, “gracia” no sólo es aquello que Dios otorga en Cristo a quienes no lo merecen, sino más bien lo que el Señor otorga a quienes merecen lo contrario.

Si Dios nos pagara conforme a nuestros pecados lo que recibiríamos de Su mano no sería la gloria del cielo, sino la condenación del infierno. Pero por causa de Cristo y de nuestra unión con El, en vez de recibir lo que nosotros merecemos, el Señor nos otorga lo que Cristo merece. Eso es gracia.

Ahora bien, los cristianos ya disfrutan de esa gracia aquí y ahora; todas las bendiciones espirituales y materiales que recibimos de la mano de Dios cada día son un regalo de Su gracia, favores inmerecidos que Dios nos otorga en virtud de la obra de Cristo y la relación que tenemos con El por medio de la fe.  

Pero la enseñanza implícita de nuestro texto es que las bendiciones que disfrutamos en el presente no se pueden comparar con las que disfrutaremos en el futuro. Ya somos beneficiarios de la gracia de Dios, pero Pedro nos exhorta a esperar la gracia que Cristo traerá consigo para nosotros en aquel día.

Vamos a ponerlo de esta forma: lo que ahora recibimos es la lluvia de Su gracia, y es una lluvia más que abundante. Pero lo que recibiremos en la segunda venida de Cristo es un diluvio.

Si alguna vez te has sentido sobrecogido por las bendiciones que el Señor ha derramado sobre tu vida créeme, mi hermano, que lo mejor está por llegar. Como dice un santo del pasado, nosotros disfrutamos aquí de la gloria en botón; pero lo que recibiremos allá es la gloria en su fruto ya maduro.

Hablando de esa gloria que los creyentes disfrutarán en aquel día el Señor Jesucristo dice en Mt. 13:43 que “los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”.

Pero hay algo más que quiero que noten en el lenguaje que usa Pedro en nuestro texto y es que el verbo “traer” es un participio presente: “Esperad por completo en la gracia que está siendo traída en la manifestación de Jesucristo”. Pedro lo presenta como algo que ya está en camino.

Cuando nosotros vamos a un restaurante y preguntamos al camarero en qué está nuestra orden y él nos dice: “Eso ya está saliendo”, lo que nos quiere decir es que la comida debe estar a punto de llegar. Mis amados hermanos, cada día que pasa nos acerca a ese gran evento que es el objeto de nuestra esperanza: La segunda venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Como dice Pablo en Rom. 13:11: “Ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día”. Hoy estamos más cerca que ayer y mañana estaremos más cerca que hoy. Cada tic tac del reloj nos aproxima a la llegada de ese día.

“Pastor, pero yo no se si voy a estar aquí cuando eso ocurra. ¿En qué sentido es esa promesa una esperanza para mi?” La segunda venida de Cristo será un evento glorioso para todos los hijos de Dios, ya sea que estén vivos o que hayan partido a Su presencia. Esa es la enseñanza de Pablo en 1Ts. 4:13ss.

Ese será el día de nuestra coronación, cuando todos los creyentes recibirán la herencia plena que Cristo compró para ellos en la cruz del Calvario (comp. Col. 3:4). ¿Saben una cosa? Yo creo que hay indicios en las Escrituras para suponer que los creyentes que han partido con el Señor anhelan en el cielo la llegada de ese día.

En cierto modo, eso es lo que Juan contempla en la visión de Ap. 6:9-11, un grupo de creyentes en la presencia de Dios aguardando con expectación la victoria de la iglesia.

Pero si los creyentes que ya están en el cielo, que ya no sufren las aflicciones de vivir en un mundo caído, tienen esa expectativa, ¡cuánto más nosotros, hermanos, que seguimos en medio de esta lucha con nuestros propios pecados y los pecados de otros!

Y esto nos lleva a nuestro segundo encabezado. Ya vimos cuál es el objeto de nuestra esperanza; veamos ahora, en segundo lugar, el deber que tenemos como cristianos de vivir amparados en esa esperanza.

II. EL DEBER DE LA ESPERANZA CRISTIANA:

 

Para muchas personas puede resultar chocante escuchar que hablamos de la esperanza como si fuera un deber. Todo el mundo reconoce la esperanza como una virtud, pero ¿debemos considerarla también como una obligación? ¿Podemos decir que si un hijo de Dios está perdiendo de vista su esperanza está faltando a uno de sus deberes como creyentes?

Tal parece que sí, porque Pedro nos habla en nuestro texto en tono imperativo: “Esperad por completo en la gracia que se os traerá”. Los cristianos deben vivir en esperanza. Como bien ha dicho alguien, éste es un asunto que no tiene que ver con nuestras emociones, sino con nuestra voluntad (cit. por Hiebert; pg. 80). Así como decido obedecer a Dios, debo decidir esperar en El.

Pero Pedro no sólo usa un imperativo en el texto, sino que lo usa de una manera en el original que transmite la idea de algo que es urgente. La esperanza no es un lujo en la vida del cristiano, como una joya cara, que sería bueno tener, pero que no es indispensable. No.

La Biblia presenta la esperanza como un elemento vital para una vida de piedad vigorosa y saludable. En 1Cor. 13:13 Pablo presenta la fe, la esperanza y el amor como las tres virtudes cardinales de la vida cristiana.

De hecho, podemos decir que en muchos sentidos la vida cristiana práctica no es otra cosa que la esperanza cristiana en acción. Es por la esperanza que podemos tener coraje en medio de la dificultad, gozo en medio de la aflicción.

La esperanza nos da una perspectiva correcta del verdadero valor de las cosas; nos ayuda en nuestra lucha contra el pecado; nos mantiene corriendo la carrera a pesar de todos los obstáculos que encontramos en el camino.

En el NT encontramos un énfasis marcado en el papel fundamental que juega la esperanza en la vida cristiana (comp. Rom. 15:4, 13; Ef. 1:18 y 2:12; 1Ts. 5:8; 1P. 1:3; 3:15; 1Jn. 3:3 – la esperanza purifica).

Pero Pedro nos dice algo más acerca de ese deber que tenemos los cristianos de cultivar la esperanza (vers. 13). No se trata únicamente de esperar, sino de esperar por completo, y esa palabra añade dos cualidades a la esperanza cristiana: certeza y continuidad.

Aquí no estamos hablando de algo que los cristianos pueden esperar con cierto grado de certidumbre; ni siquiera con bastante certeza. Nuestro Dios y Padre nos hizo renacer para que podamos tener esa esperanza viva, y uno de los atributos esenciales de Dios, algo que si le faltara dejaría de ser Dios, es Su fidelidad (comp. Tito 1:1-2).

Pero Dios no sólo lo prometió, sino que encima de Su promesa juró para que no tuviésemos ninguna duda en cuanto a Su intención de concedernos lo que nos ha prometido (comp. He. 6:17-18).

Nosotros podemos esperar con toda certeza en la gracia que el Señor traerá consigo en Su venida. Eso es más seguro que la salida del sol mañana. “El cielo y la tierra pasarán, dice el Señor, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). Más fácilmente se deshacen los cielos y la tierra antes que una promesa de Dios quede sin cumplimiento.

Pero nuestra esperanza no sólo está garantizada por la veracidad de Dios, sino también por la obra redentora de Cristo (vers. 3). Como decíamos en un sermón anterior, la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es el punto culminante de la obra de redención.

Por un lado confirmó que Cristo era quién decía ser, el Hijo de Dios hecho Hombre, el Mesías prometido. Pero por el otro lado, la resurrección fue la prueba de que Dios el Padre había aceptado los sufrimientos y muerte de Cristo como el castigo que la justicia divina demandaba de los transgresores.

Por eso Pablo dice en Rom. 4:25 que el Señor “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. Porque Cristo resucitó nuestra salvación es segura y nuestra esperanza ciertísima.

Lo que Cristo promete traer consigo en Su segunda venida ya lo compró para nosotros en la cruz del calvario, a precio de Su sangre. Es completamente imposible que nuestra esperanza sea frustrada.

Pero esto es algo que no sólo debemos esperar con certeza, sino también permanentemente. El asunto no es tener esa esperanza hoy, y mañana, y dentro de un mes; es seguir esperando, y seguir esperando hasta que veamos el cumplimiento de la promesa.

Las circunstancias a nuestro alrededor cambian constantemente; hoy tenemos salud, mañana podemos estar enfermos; hoy estamos rodeados de amigos, mañana podemos estar solos; hoy tenemos prosperidad y mañana podemos tener pobreza.

Pero el objeto de nuestra esperanza permanece inamovible, porque no depende de las circunstancias a nuestro alrededor, sino de la veracidad de Dios y la obra redentora de Cristo.

Mi hermano amado, si estás atravesando hoy por una situación aflictiva, esa aflicción presente en ningún sentido anula lo que te espera en el futuro. El hecho de que estés en aflicción no debe llevarte a perder de vista el objeto de tu esperanza.

Y eso nos lleva a nuestro tercer y último encabezado: El cultivo de la esperanza cristiana, aún en medio de las situaciones aflictivas;

III. EL CULTIVO DE LA ESPERANZA CRISTIANA:

 

Y aquí debemos recordar las circunstancias particulares por las que estaban atravesando estos creyentes a quienes Pedro dirige su carta. Estos hermanos estaban enfrentando una situación muy difícil al tratar de vivir como cristianos en medio de un mundo pagano.

Muchos de ellos estaban siendo perseguidos por causa de su fe en Jesucristo; los siervos cristianos que trabajaban para amos incrédulos, estaban siendo abusados y maltratados; y una situación similar tenían las esposas cristianas casadas con hombres inconversos.

Y es a estos creyentes que Pedro exhorta a vivir con esperanza. Y uno se pregunta ¿cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede un creyente escapar del gigante Desesperación, para usar el lenguaje de Bunyan en el Progreso del Peregrino, sobre todo cuando tiene que atravesar por períodos de intensas y prolongadas aflicciones?

Pedro nos da la respuesta en nuestro texto: “Ciñendo los lomos de nuestro entendimiento y siendo sobrios”. El apóstol Pedro está usando aquí una figura que sus lectores del primer siglo entenderían perfectamente.

En aquella época los hombres usaban una túnica larga que llegaba hasta los pies. Cuando participaban de alguna ceremonia religiosa o cuando se encontraban en una postura relajada, conversando en el mercado o descansando en la casa, dejaban que la túnica cayera libremente.

Pero para todo servicio activo, ya sea para trabajar, o si tenían que salir apresuradamente o para ir a la guerra, ellos debían recoger la túnica y atarla a la cintura fijándola con una correa de cuero para que no se les enredara entre los pies.

Así que cuando se mencionaba la expresión “ceñir los lomos”, todo el mundo comprendía que era un llamado a prepararse para la acción, como cuando nosotros le decimos a alguien: “Apriétate los pantalones; aquí hay algo que debes hacer con diligencia y determinación”.

Algunos comentaristas ven en este lenguaje de Pedro una reminiscencia de la forma como los judíos debían participar de la cena de la pascua. Dice en Ex. 12:11 que debían comerla “ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano”; en otras palabras, listos para partir (recuerden que ellos celebraron la pascua por primera vez la noche antes de salir de Egipto).

El Señor Jesucristo usa una figura similar en Lc. 12:35 hablando precisamente de Su segunda venida: “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida”.

¿Cuál es, entonces, la idea que Pedro quiere comunicarnos al decirnos que nos ciñamos los lomos de nuestro entendimiento? Que lo mismo que ellos hacían con la ropa debían hacerlo con sus pensamientos.

Así como estos hombres no debían dejarse la túnica suelta para que no se les enredara entre los pies en medio de una actividad intensa, así tampoco debemos dejar que nuestros pensamientos divaguen aquí y allá.

Debemos tener nuestros pensamientos enfocados en la segunda venida de Cristo y en la gloria venidera de modo que podamos estar listos para la acción, preparados para hacer la voluntad de Dios.

Nosotros también estamos en medio de un viaje, porque somos extranjeros y peregrinos; nosotros tenemos una obra que hacer y una guerra que pelear, y por lo tanto no podemos permitir que nuestros pensamientos se enreden. Debemos desarrollar una disciplina mental que nos permita mantener nuestros pensamientos en perspectiva todo el tiempo.

¿Cuál es mi identidad ahora que soy cristiano? ¿Cómo debo interactuar con este mundo, ya que todavía estoy en él, pero no pertenezco a él? Tomando en cuenta que soy un peregrino y extranjero en este mundo, ¿estoy invirtiendo demasiado tiempo y energía en cosas que perecen y que no voy a retener conmigo para siempre?

¿Qué es lo que realmente importa en la vida? ¿Cuáles son las cosas que realmente tienen valor? A la luz de esa herencia que me aguarda, ¿cuál es la manera más efectiva de hacer tesoros en los cielos?

Cuando no mantenemos nuestros pensamientos bien enfocados, nuestra mente comienza a divagar con un montón de cosas que no tienen valor. Y ¿saben cual es el resultado? Que perdemos de vista nuestra esperanza. Noten una vez más lo que dice Pablo en Col. 3:1-4.

Por eso decíamos hace un momento que este es un asunto que tiene que ver con nuestra voluntad, no con nuestras emociones. Si queremos cultivar la esperanza cristiana, hay algo que nosotros debemos hacer con nuestro proceso de pensamiento.

Pero no solo debemos ceñir los lomos de nuestro entendimiento. Si queremos cultivar la esperanza cristiana también debemos ser sobrios, dice Pedro en nuestro texto. Y esa palabra se usaba en los tiempos bíblicos para señalar a una persona que estaba libre de toda sustancia intoxicante, como las drogas o el alcohol.

La idea que transmite es la de una mente clara, estable, bien balanceada; una mente en su sano juicio. Un individuo sobrio posee una perspectiva adecuada de las cosas y por eso vive de una manera adecuada. Mas adelante Pedro vuelve a insistir en este asunto de la sobriedad de pensamiento (comp. 1P. 4:7; 5:8).

Los cristianos no estamos llamados a ser escapistas en tiempos de dificultad. Por eso no tenemos que recurrir a las drogas o al alcohol; no necesitamos entontecer nuestras mentes con un exceso de placeres o de diversión.

Por el contrario debemos mantener sobriedad mental, viendo las cosas tal cual son; porque si bien es cierto que nos rodean las aflicciones y las dificultades, también es cierto que nuestro Dios está en control, cuidando de nosotros; y que El usa esas aflicciones para moldear nuestro carácter y hacernos cada vez más semejantes a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Más aún: si bien es cierto que en el mundo tendremos aflicciones, también es cierto “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18).

Así que lo que necesitamos para traer paz y tranquilidad a nuestras almas no es una mente obtusa e intoxicada; lo que necesitamos es una mente clara, estable, bien balanceada; una mente en su sano juicio. Es así como los creyentes podemos cultivar la esperanza cristiana.

Resumiendo lo que hemos visto hoy, ¿cuál es la lección principal que aprendemos de este texto? Que la esperanza es fundamental en la vida cristiana, una virtud que todo creyente debe cultivar, pero que eso sólo es posible cuando desarrollamos una forma bíblica de pensar.

La mente es una facultad del alma que juega un papel vital en la vida del cristiano. Como tu piensas así vives (comp. Mt. 22:37 – “con toda tu mente”). En estos días he estado pensando en la maravillosa facultad que es la mente humana. Con ella podemos pensar, comprender las cosas, entender las Escrituras, conocer a Dios.

Con ella podemos recrear el pasado (la memoria) y podemos también imaginar cosas que aún no han ocurrido. Mis amados hermanos, el Señor no nos dio esa facultad tan maravillosa para que nosotros nos detengamos a elucubrar quién será el próximo novio de Jennifer López o con quién está saliendo Tom Cruise.

Tener pensamientos triviales es pecaminoso para un creyente. Es subutilizar y mal utilizar ese don tan preciado que es la mente.

Mi amado hermano, ¿en qué cosas piensas tu? Cuando estás soñando despierto, ¿cuáles son las cosas en las que sueñas? ¿Qué tanto estás llenando tu mente de las Escrituras para que ella moldee tu proceso de pensamiento? Col. 3:16. ¿Puedes decir de ti que la Palabra de Cristo mora en abundancia en ti? Sal. 119:11.

Que el Señor nos ayude a cultivar la esperanza cristiana, de manera que podamos enfrentar las dificultades con coraje y las aflicciones con contentamiento; y así podamos mantenernos corriendo la carrera con paciencia, sin importar los obstáculos que tengamos que sortear en el camino.