El Dios de las plagas

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese”

1 Pedro 4:12. 

Estos son días surrealistas. EL virus de un rincón recóndito de la tierra, viajó como la langosta y es ahora una película del fin del mundo con shows en todo el globo.

Las reacciones oscilan de preocupación a pánico irracional, como si el mismo Dios corriera riesgo de ser contagiado por el virus.

Para Dios el virus es tan normal como para nosotros anormal. Después de todo, la Escritura nunca fue un libro vacunado, lleno de salud, libre de enfermedad. Todo lo contrario, el Dios de la Biblia es tanto Dios de sanidad como Dios de la plaga. 

Si nos remontamos al Éxodo recordaremos como Dios trajo “plaga gravísima” sobre Egipto Ex. 9:3. El libro de Levítico asume la presencia de plagas en la vida del pueblo y prescribe rituales para plagas como la de la lepra, incurable en aquel entonces. La misma existencia del sacerdocio en Israel tenía como uno de sus propósitos ser ministerio de reconciliación para que cuando se acercaran los Hijos de Israel al santuario fueran protegidos de las plagas. 

El pueblo cristiano tampoco ha sido exento de estas. Si hubiesemos vivido en Londres en 1665 habríamos experimentado algo peor que el virus que vivimos hoy día. Desde el este (bien pudo ser la China) comenzó una plaga que irradio sobre Europa; comunidades completas desaparecieron; cadáveres quedaron arrumbados en las calles sin tener gente quien los enterrara. 

En Londres, ese año fallecieron 43; para Junio 6 del mismo:130; para Julio, más de 17 mil habían fallecido. Cuando la peste llegó a la cumbre en Agosto 31,000 habrían fallecido. Un total de 15% de la población de Londres falleció. 

Sin embargo es importante recalcar que el Dios de la Biblia quien juzga a naciones y castiga a su pueblo, principalmente nos salva de toda suerte de peligros, incluso plagas. Bajo la cobertura de Sus alas dice en el Salmo 91:10 ¨No te sobrevendrá mal, Ni plaga tocará tu morada”.

Aquellos que invocan a Dios recibirán respuestas tangibles. Hace unos días tuve comunicación con una Neumóloga que ante esta crisis derramó su corazón delante de Dios por protección a su hospital en España, y a diferencia de otros hospitales abrumados al no darse a basto, en el suyo sobraban camas, los pacientes estaban sanando, y no se habían registrado muertes. 

Indiscutiblemente todos habremos de morir algún día, pero no será por el virus, sino por el designio soberano y amoroso de Dios. En ese día, Él nos llamará ya sea por plaga o por medicina. Tal fue el caso de un eminente hombre de Dios, quien laboró para que los estudiantes de la universidad de Princeton tuvieran acceso a medicina cuando eran azotados por la viruela. La misma vacuna que salvó a muchos le quitó la vida a Jonathan Edwards. 

Cristiano, no nos extrañemos “como si alguna cosa extraña no estuviera ocurriendo”. Postrémonos en oración y levantemos los ojos al cielo a donde está nuestros socorro y extendamos las manos a ayudar a otros para que en este tiempo de oscuridad seamos los verdaderos luminares en el mundo. 

“Si en la tierra hubiere hambre, pestilencia, tizoncillo, añublo, langosta o pulgón; si sus enemigos los sitiaren en la tierra en donde habiten; cualquier plaga o enfermedad que sea; toda oración y toda súplica que hiciere cualquier hombre, o todo tu pueblo Israel, cuando cualquiera sintiere la plaga en su corazón, y extendiere sus manos a esta casa, tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón tú conoces (porque sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres); para que te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres.

1 Reyes 8:37–40.