Pelea por tu vida

El título de esta entrada se deriva de un capítulo del libro “Hermanos no somos profesionales”, de John Piper. Al igual que en la entrada anterior, fue citada recientemente por Justin Taylor en referencia al tema de la lectura.

“Concuerdo con Martyn Lloyd-Jones en que la lucha por hallar el espacio para la lectura es una lucha por la propia vida. ‘Deja que tu esposa o cualquier otra persona lleve los mensajes por ti y diga a las personas que llaman por teléfono que no estás disponible. ¡Uno tiene que luchar, literalmente, por su vida en ese sentido!’ [Preaching and Preachers (Grand Rapids, Mich.: Zondervan Publishing House, 1971), 167].
La mayoría de nuestros fieles no tiene idea de cuánto nos cuestan dos o tres sermones a la semana en términos de agotamiento intelectual y espiritual, para no mencionar el agotamiento que producen las penas familiares, las decisiones de la iglesia y los dilemas teológicos y morales imponderables. Yo, por ejemplo, no soy como los resortes, que se reponen solos. Mi balde gotea, incluso cuando no está vertiendo. Mi espíritu no se repone a la carrera. Sin tiempo que dedicar a la lectura y la reflexión apacibles, después del apremio de la preparación de los sermones, mi alma se amilana y se alza el fantasma de la muerte ministerial. Pocas cosas me asustan más que el comienzo de la improductividad consecuencia de la actividad desenfrenada acompañada de poco alimento espiritual y poca meditación.
La gran presión que tenemos encima hoy día es la de ser administradores productivos, pero lo que la iglesia necesita son poetas espirituales que oren. No me refiero (necesariamente) a pastores que escriban poemas, sino a apastores que sientan el peso y la gloria de la realidad eterna, incluso en medio de una reunión de negocios, que porten en sus almas tal sentido de Dios que provean, con su sola presencia, una orientación nueva que dé vida hacia el Dios infinito. Por su propia alma y por la vida de su iglesia, luche por dedicar un tiempo a alimentar su alma con rica lectura” (Hermanos No Somos Profesionales, pp. 81-82).

Publicado por Salvador Gómez Dickson