Incrédulo o inconsistente

No hay más carcoma que la duda de la fe. No hablo de una fe que duda, sino de una fe de la que se duda, un cuestionamiento de autenticidad que desequilibra nuestra confianza y nos trae impresiones de ser un farsante religioso.

Los hay que no se atreven a cuestionar su autenticidad espiritual porque no se lo permiten, vivan como vivan. Para ellos la fe es la ausencia de duda, y cuando esta asoma, se asoma el diablo a quien hay que resistir para ahuyentar las perniciosas incertidumbres.

El otro bando es de los que viven acechados por la duda incesantemente. Los altibajos de su fe los mortifican y les roban la esperanza y la dicha de meditar en el cielo, pues les carcome pensar que al final su fe no resulte ser real sino un ensueño. Por ende, viven tanto con anhelo como titubeantes por que el cielo sea su destino final, siempre hundidos en un clima de incertidumbre.

Ninguno de estos extremos es saludable. Aquel que no se permite dudar, contradice la clara pauta de las Escrituras de examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe (2Co. 13:5) pues se darán aquellos que aparentaban ser cristianos activos, pero que el Señor desenmascarará como farsantes (Mateo 7:21-23).  Por el otro lado, el cristiano que por inconsistencias en su vida vive mortificado por la duda, y olvida que los protagonistas de la Escrituras, a quienes Dios prometió salvación fueron inconsistentes, pues la salvación no solo abarca los pecados pasados, sino también las inconsistencia del presente y del futuro.

Aun el cristiano maduro encontrará inconsistencias de carácter, contradicciones de pensamiento y comportamiento ambivalente. Aun los fuertes muestran días de madurez espiritual y días en que se comportan como niños en la fe; o tiempos de prueba con la fortaleza de Sansón, pero otros en que se desmoronan como un terrón -que ironía fue la vida de Sansón.

Ninguno escapa esta realidad, ni aun los pastores. He sabido de pastores de celo imponente en público que, en privado, sus esposas en ocasiones los ven teniendo rabietas de nene. Otros que, en el púlpito, proclaman el gozo del cielo, pero que en casa tienen etapas de depresión. Predicadores que son líderes de sus esposas, mientras que ellas son el motor espiritual de su matrimonio. Neófitos y veteranos igualmente se mecen en este vaivén.

Así tenemos el caso de Abraham. Considerado modelo de augusta fe por Pablo, Santiago y también por el escritor de la epístola a los Hebreos. Pablo lo presenta como prototipo universal de salvación por fe -para el judío y el gentil igualmente (Ro. 4). Santiago lo utiliza para ilustrar la diferencia entre la fe teórica de demonios y la auténtica del verdadero creyente que se demuestra en la práctica. El escritor de Hebreos lo sitúa en la rotonda de los ilustres de la fe, como el ejemplar de la fe que levanta sus alas por encima de lo terrenal a lo eterno. Pablo, además lo utiliza como ejemplo de la fe que supera los límites de lo natural y cree en “esperanza contra esperanza” (Ro. 4:18.)

Todo cristiano tiene inconsistencias de carácter

Sin embargo, la nota biográfica ampliada en el AT demuestra que su fe tenía arrugas. El relato de su relación con Agar (Gn. 16), sierva egipcia de Sara, revela la inconsistencia. Comienza con un tono de frustración: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar”. Dios, años atrás, le había prometido que en su descendencia serían benditas las naciones, y en el capítulo anterior, Abraham había escuchado que su descendencia vendría por un hijo propio (no un esclavo nacido en casa). Llevaba años intentándolo con Sara sin resultado. Abraham aceptó intentarlo por medio de Agar, una práctica cultural aceptada, aunque no intencionada por Dios. Es obvio que en este episodio perdió la fe que creer en “esperanza contra esperanza”: que Dios todavía llegaría a contrarrestar la incapacidad natural de Sara.

La inconsistencia no terminó entonces. Trece años después, cuando daba por sentado que la promesa se había cumplido mediante Ismaél, Dios lo perturba -pues sus emociones estaban enfrascadas en Ismaél- con el anuncio de que sería un hijo natural el heredero de la promesa. Si pudiéramos leer los pensamientos de Abraham dirían algo así: “Esa es una idea entretenida, pero hace años que Sara y yo venimos intentando y ¡no se ha dado!. No toma mucha ciencia para saber que trece años depués las probabilildades son menores. Eso es irrisorio”. Esto mismo describe su reacción:

“Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?” Gn. 17:17.

Ciertamente Abraham es padre de los creyentes cuyas pisadas debemos todos seguir (Ro. 4:12-16). En ningún momento deben sus inconsistencias desacreditarle como modelo de una fe encomiable, es parte de la experiencia del creyente en esta tierra. Elías el profeta, un día se impone a ochocientos falsos profetas, pero después se desmorona ante las amenazas de Jezabel. Moisés era el hombre más pacientes de la tierra, pero cuando golpeó la roca para que saliera de ella agua perdió los estribos. Job, durante su candente prueba, no atribuyó a Dios despropósito alguno, pero después del capítulo 4 se oyen fuertes quejas en contra de Dios. ¡Aun la fe de titanes tiene inconsistencias!

Las inconsistencia del creyente no necesesariamente lo descalifican como modelo

Sentemos claramente la diferenca que existe entre la vida del hipócrita y la del creyente. El hipócrita vive en el pecado y disimula con moralidad cuando es descubierto, cambia de máscara pero no de ruta. El creyente, en cambio, camina en santidad, y cuando cae en pecado, una o varias veces, siempre regresa a la senda espiritual, practica el arrepentimiento -no solo el remordimiento- vuelve a la lucha, y se la vive planeando y planteando cómo lograr vencer al maldito pecado que lo hace lamentar: “quién me librará de este pecado de muerte” (Ro. 7:25).

Cristiano, si el día de hoy te encuentras debilitado por la intensidad de la batalla, abatido por las múltiples derrotas espirituales, frustrado porque el cielo -aunque por fe gratuito- a ti te ha parecido una ardua labor, no te des por vencido, descansa en Dios sabiendo que el que comenzó en ti la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; fiel es el que lo prometió, el cual también lo hará.