Las tensiones de la adoración: Entendimiento y emoción

Alguien dijo una vez que “toda experiencia espiritual comienza en la mente”. Para que una experiencia espiritual sea genuina debe surgir como una respuesta a la verdad de Dios revelada en Su Palabra; y la verdad es entendida y asimilada con la mente. Recuerden las palabras del Señor a la mujer samaritana, en Jn. 4:23-24: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

La verdadera adoración surge como una respuesta del creyente a la comprensión de la verdad. Aunque nuestras emociones deben estar involucradas en la adoración, como veremos en un momento, siempre deben estar subordinadas y gobernadas por el entendimiento, no al revés; porque la adoración gira en torno a la verdad de Dios revelada en Su Palabra. A mayor comprensión de estas verdades, mayor capacidad de adoración. Consecuentemente, lo primero que debemos evaluar en un culto de adoración es la centralidad de la verdad de Dios en todo lo que se hace. Se adora en la misma medida en que la verdad de Dios es proclamada y entendida, y en la medida en que nosotros respondemos apropiadamente a ella.

Pensemos en los himnos que cantamos, por ejemplo. La calidad poética es importante, así como la melodía que lo acompaña; pero el estándar final para juzgar un himno es el contenido de verdad que posee. Su calidad poética y su melodía pueden contribuir a que recibamos la verdad que el himno expresa con más claridad y fuerza, y en una forma más memorable. Pero la calidad poética y la melodía de un himno de adoración no son un fin en sí mismos, sino un vehículo para lograr un fin. Y ¿cuál es ese fin? La proclamación más efectiva de la verdad. Ése es el énfasis de Pablo en Col. 3:16: “La Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (comp. Ef. 5:19; Sal. 47:7; 49:3).

Ahora bien, por el hecho de haber sido creados a la imagen Dios, no sólo somos criaturas que piensan, sino que también sentimos una gama muy variada de sentimientos y emociones, que juegan un papel sumamente importante en nuestras vidas, porque interactúan con nuestra mente y nuestra voluntad en todas las decisiones que tomamos y en todas las cosas que hacemos. El problema es que el pecado no solo trastornó nuestro entendimiento, sino también nuestras emociones, de tal manera que el pecador se siente atraído hacia aquello que lo daña, y al mismo tiempo repele y rechaza lo que es para su bien.

Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros la regeneración, abre nuestro entendimiento para que podamos comprender la verdad y así tener una perspectiva correcta de las cosas. El Espíritu Santo inicia en nosotros un proceso de renovación de nuestras mentes que transforma también nuestra vida emocional (comp. 2Cor. 4:3-6).

El arrepentimiento, por ejemplo, no se trata simplemente de un análisis frío de nuestras transgresiones contra la ley de Dios. El verdadero arrepentimiento viene acompañado de un despertar de nuestras conciencias y de un claro entendimiento de la ley moral, que nos hace sentir miserables por nuestra rebelión contra el Dios amante que la promulgó, pero también gozosos por haber sido perdonados por ese mismo Dios que hemos ofendido. Es por eso que nuestros himnos deben expresar nuestro lamento por el pecado, pero también nuestro gozo por el perdón y reconciliación con Dios y nuestro anhelo por crecer en obediencia.

Es impactante como lo dice Charles Spurgeon, el gran predicador inglés: “Muchos se toman a la ligera el pecado y, en consecuencia, hacen lo mismo con el Salvador; pero aquel que ha estado delante de su Dios, culpable y condenado, con la soga al cuello, llora de alegría cuando recibe el indulto, aborrece la maldad que le ha sido perdonada y vive para honrar al Redentor cuya sangre lo ha limpiado”.

En la misma medida en que vamos adquiriendo un mejor entendimiento de las múltiples facetas del evangelio, en esa misma medida nuestra respuesta emocional se intensifica. Y cuando nos unimos en comunión con aquellos con quienes compartimos un mismo Padre, un mismo Señor, una misma fe y una misma esperanza, nuestras emociones se intensifican todavía más. El gozo se hace mayor cuando es compartido con otros que creen lo mismo que yo creo y disfrutan lo mismo que yo disfruto. Sin embargo, precisamente porque nuestra respuesta emocional tiende a intensificarse cuando estamos en compañía de otros, es en ese contexto en el que podemos ser más fácilmente extraviados por el emocionalismo.

El emocionalismo es un estado emocional producido artificialmente a través de la manipulación de ciertos elementos de tal manera que nuestras emociones toman el control de nuestra personalidad. Por eso es tan peligroso, porque afecta nuestro entendimiento y nos coloca en una posición en la que podemos ser fácilmente engañados. Herbert Carson dice al respecto: El “emocionalismo puede guiar a una persona a una falsa profesión [de fe] y anestesiarlo de tal modo que se sienta satisfecho con su condición, y venga a ser inmune a la demanda real del evangelio”.

Pero no solo eso; el emocionalismo también es peligroso por ser altamente adictivo. Sigue diciendo Carson: El “falso emocionalismo actúa como una droga que embota los sentidos aún cuando parece estimularlos, de modo que el adicto necesitará dosis más frecuentes y más fuertes”. Por eso son tan relevantes las palabras de John MacArthur cuando nos advierte que “La adoración no es energizada por métodos artificiales. Si sientes que debes tener rituales… o cierto tipo de música que disponga el ánimo para adorar, lo que estás haciendo no es adoración”.

Todo cristiano sincero tendrá siempre el deseo de percibir la presencia de Dios en sus cultos de adoración. Pero ese deseo genuino sin la debida instrucción deja a los cristianos a expensas de ser manipulados por la habilidad de un director de himnos, de un predicador o simplemente por el tipo de música que se usa. Un autor cristiano llamado Bob Kauflin usa el siguiente ejemplo para ilustrar lo engañosa que puede resultar la música:

“Una vez escuché acerca de una cristiana que había pasado cierto tiempo sirviendo a Dios en Sudáfrica. Mientras visitaba una clínica de salud ella fue profunda movida por el sonido de un grupo de mujeres Zulúes cantando. La armonía era cautivadoramente hermosa. Con lágrimas en los ojos, le preguntó a una amiga si conocía la traducción de las palabras. “Claro”, le respondió la amiga: La letra de la canción decía: “Si hierves el agua, no tendrás disentería”.

Eso no quiere decir que las emociones no sean importantes en la adoración. Una adoración sin emoción es una adoración sin corazón, y una adoración sin corazón no es adoración. Pero “el sano despertar de las emociones – como dice Carson – es producido por la verdad de Dios aplicada por el Espíritu Santo a la mente, la conciencia y la voluntad. Es por el impacto de la Palabra que emergen las experiencias emocionales más profundas, y es aquí donde encontramos el secreto de los profundos sentimientos asociados en la Escritura con la verdadera adoración”.

El apóstol Pedro nos arroja mucha luz en cuanto al sano despertar de nuestras emociones en su primera carta; hablando del Señor Jesucristo dice: “…a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1P. 1:8). Los cristianos aman a Cristo y se gozan en Él. Ése es uno de los distintivos esenciales del cristiano: aman a Su Salvador sin haberle visto y se alegran en Él con un gozo inefable y glorioso.

Así que este es un gozo y una alegría que emanan de la fe. No se trata de algo creado artificialmente a través del uso de ciertos elementos. Es un gozo que se produce en el creer. “En quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”.

Y eso nos lleva una vez más a la centralidad de las Escrituras en la verdadera adoración, porque esos afectos verdaderos que emanan de la fe, sólo pueden ser producidos por la obra del Espíritu en el corazón de los creyentes a través de la Palabra. Todo lo demás no es otra cosa que manipulación y emocionalismo.

Es por eso que debemos insistir que en la verdadera adoración el intelecto va delante y las emociones detrás, no puede ser al revés. Sin verdad no hay adoración y la verdad sólo se entiende con la cabeza. Pero de la misma manera debemos decir que la ortodoxia sin emoción revela una comprensión inadecuada de la verdad. La adoración que agrada a Dios y edifica a Su pueblo tiene luz y calor, ortodoxia y entusiasmo, entendimiento y celo, pensamientos y emociones.

Pablo nos da un buen ejemplo de esto en Rom. 11:30-36, y con este pasaje concluyo. Meditando en la gloria del evangelio de Cristo, y luego de escribir uno de los pasajes más teológicos de la carta a los Romanos, Pablo prorrumpe en alabanza y adoración: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.”