El pecado en el creyente

La realidad de las cosas es que todos somos pecadores, no importa si unos más o unos menos, en cuestión de pecado y santidad no existen las competencias; un vestido blanco deja de estar totalmente blanco por una pequeña mancha.

El problema es que nos enfocamos en el tamaño de la mancha y por su medida juzgamos si alguien, o inclusive nosotros mismos, merecemos o no el perdón que ofrece Cristo; este enfoque es completamente incorrecto.

La cuestión aquí es que no importa el tamaño de la mancha, ¡nosotros manchamos un vestido blanco que no nos pertenecía! y no importa qué hagamos para limpiarlo, no podremos nunca dejarlo como estaba. Es por ello que necesitamos desesperadamente a Cristo. Él es el único que puede limpiar las manchas que hicimos.

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”.
(1 Juan 3:4-9)

Casi inmediatamente después de que el hombre fue creado desobedeció al Señor (Gen. 3), desde entonces se observa, a lo largo de la historia, al ser humano esforzándose por torcer las leyes (la de Dios y la de los hombres) y estirar los límites de ellas.

Tan sólo la constitución de los Estados Unidos Mexicanos ha sufrido desde 1917, cerca de 700 enmiendas. En 1919 nuestro país vecino, Estados Unidos, aprobó la decimoctava enmienda a su constitución, conocida como “la ley seca”; en ella se prohibía la venta de alcohol. Sin embargo, debido a la presión que ejercía el crimen organizado, tuvo que ser abrogada unos cuantos años más tarde con la vigesimoprimera enmienda. Un excelente ejemplo de un dicho popular que dice: ¡si no puedes contra el enemigo, únetele!

Pero como cristianos este no puede, ni debe ser nuestro dicho, por el contrario, Cristo vino a deshacer las obras del maligno y el pecado en nosotros. Además, como seres humanos podremos cambiar, enmendar, omitir o anular las leyes humanas, pero nunca podremos (por más que unamos fuerzas) cambiar un solo mandato del Señor.

Punto uno: No importa lo que diga la moda actual, ni lo que dicte en este momento el mundo, la Ley de Dios es inmutable y todos la hemos transgredido, necesitamos venir a los pies de Cristo y vivir en obediencia al Padre como Jesús lo hizo.

En estos pocos versículos encontramos 9 veces la palabra pecado o sus vertientes, pero curiosamente la palabra pecado no existe como tal en la lengua griega; la palabra más común que se utiliza quiere decir no dar en el blanco, errar. Pero también se utilizan palabras como: iniquidad, perversidad, transgresión, error, mentira, engaño, desobediencia, concupiscencia y caída, ésta última se refiere a la ruptura de una relación correcta con Dios.

Como se puede apreciar el pecado abarca varias cosas y de la misma manera también varias áreas. La Ley de Dios va más allá de no cometer una acción pecaminosa, Wayne Grudem comenta que “El pecado es no conformarnos a la Ley moral de Dios en acciones, actitudes o naturaleza”. Se trata también de los deseos que hay en nuestro corazón.

Esta sociedad está contaminada de pensamientos que dicen que las personas son libres de hacer lo que les plazca siempre y cuando no se dañe a nadie; filosofías que dicen que, si uno no se da cuenta, no pasa nada, inclusive tenemos dichos populares como: “ojo que no ve, corazón que no siente”. Pero esta mentalidad está muy lejos de ser la mentalidad de Cristo, inclusive, el Señor condena lo que hay en nuestro pensamiento: la lujuria, el egoísmo, la codicia son un ejemplo de esto.

Pasamos por alto que casi todo comienza en nuestro pensamiento como lo dice el libro de Santiago: “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.

Somos descuidados en nuestra forma de pensar; primero porque creemos que nuestros pensamientos no hacen daño; segundo porque creemos que nadie se enterará de ellos y tercero; porque no somos conscientes de la importancia que tienen. Nos permitimos a nosotros mismos vivir en el desorden mental y esto no debe ser así.

Debemos estar alerta a los pensamientos que albergamos, ya que es allí donde se anidan las ideas que terminaran siendo nuestras acciones. Debemos poner orden y limites en nuestro pensamiento, dejar la auto indulgencia y volvernos estrictos con nosotros mismos.

A medida en que dejemos al Espíritu Santo hacer su obra completa en nosotros y entendamos que nuestro pensamiento define nuestro cristianismo, nos será mucho más fácil dejar los ataques de pánico, la manipulación, la envidia, la codicia y el considerarnos a nosotros mismos superiores a los demás.

Punto dos: Debemos alinear nuestros pensamientos con la Palabra de Dios ya que en nuestra mente se efectúa la primera escala para llegar a la acción de pecar en contra del Señor.
“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”.

Debemos recordar que una de las finalidades con las que el apóstol escribe esta epístola es para alertar a la iglesia sobre las falsas doctrinas, en específico la de los gnósticos; estos “maestros” sostenían estar cerca de Dios y ser justos; no le daban ninguna importancia a su manera de actuar, es decir, cometían pecados intencionalmente y sostenían que esto no era relevante en lo más mínimo.

Juan explicó en estos versículos una de las características del comportamiento de los falsos maestros: practican el pecado deliberadamente y no sienten arrepentimiento; lo que claramente demuestra que no han sido justificados por Cristo y que siguen siendo hijos del diablo, ya que una persona regenerada no puede pecar sin ser fuertemente incomodada por el Espíritu Santo que mora en ella.

“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Cristo vino a vencer las obras del maligno; con su resurrección venció la muerte, con su obediencia perfecta justifica a los pecadores arrepentidos, y aunque Satanás sigue operando en el mundo, ya no controla al creyente y podemos vivir confiados en que llegará un día en que por fin cesará toda la influencia de Satanás en este mundo.

“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”

Estos versículos a simple vista parecieran no dejar cabida al error humano o al pecado en el creyente, Juan es tajante en toda su carta; en ella todo es blanco o negro, luz o tinieblas, verdad o mentira, hijo de Dios o hijo del diablo; para el apóstol prácticamente, no existen lo que llamamos medias tintas.

Pero Juan conoce perfectamente la situación del hombre y la realidad que enfrenta el cristiano con el pecado y sabe que el creyente ocasionalmente caerá en el error. El apóstol Pablo lo explica muy acertadamente en Romanos 7 aseverando que él mismo tiene una lucha; por un lado, quiere hacer el bien y por el otro lado no lo hace, quiere agradar a Dios y cumplir sus mandamientos, pero por otro lado cae en pecado y en la autocomplacencia, “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”.

La diferencia entre el creyente y el no creyente es que el no creyente busca complacerse en todo momento así mismo y tiene tan cauterizada su conciencia que no busca a Dios ni obedecerle en lo más mínimo, deliberadamente solapa en sí mismo su pecado y se goza con quien lo practica.

Y el creyente, aunque sabe que Cristo ya lo ha limpiado por todos sus pecados pasados, presentes y futuros, lucha en contra de su pecado; se arrepiente, busca con un corazón humilde obedecer y complacer a Dios, de tal manera que, con la ayuda del Espíritu Santo, cada vez va pecando menos y va obteniendo la victoria sobre esa tendencia egoísta y pecaminosa.

Punto tres: El creyente tiene a Cristo quien lo justifica con el Padre de su maldad, pero esto no le da licencia para hacer del pecado un modo de vida rutinario. Por el contrario, si un cristiano persiste deliberadamente en pecar, se debe poner en tela de juicio su salvación.

Debemos estar agradecidos con el Señor porque nos equipa para obtener la victoria día a día y no nos dejó solos en nuestra lucha contra el pecado. Como creyentes es necesario que echemos mano de las herramientas que puso a nuestro alrededor; su Palabra, porque a través de ella conocemos a Dios y lo que le agrada y lo que le disgusta; por el Espíritu Santo, ya que él nos redarguye y nos trae convicción de pecado; y por la comunión con otros miembros de su iglesia, ya que nos ayudan a permanecer fieles a Cristo a través de sus oraciones, exhortaciones y restauraciones.

El amor del Señor es tan grande que a pesar de que sabe que somos pecadores y seguiremos cayendo eventualmente en errores, nos equipa, nos limpia, nos acepta, nos llama hijos y nos bendice cada día. Que nuestro gozo sea complacerlo a Él antes que a nosotros mismos, que su Espíritu nos dé convicción de pecado y no nos permita jamás amoldarnos o acostumbrarnos a manchar lo que Él, a un precio muy alto, ha dejado completamente limpio.

Publicado en La Paz de Cristo el 5 de Mayo de 2017 por Aimeé Pérez
BIBLIOGRAFIA

Simon J. Kistemaker. Comentario del Nuevo Testamento. Grand Rapids, Michigan, EE.UU. 1986.

Matthew Henry. Comentario Bíblico. Editorial CLIE, Barcelona, 1999.

Wayne Grudem, Teología Sistemática, una introducción a la doctrina bíblica, edición revisada 2009 (Editorial Vida – 2007), Miami, Florida, 2009.

E. F. Harrison, G.W. Bromiley y C.F.H. Henry. Diccionario de Teología. Grand Rapids, Michigan, EE.UU. 1960.

The ESV Study Bible, Crossway Bibles, 2008.