Bendiciones podridas

El camino del cristiano está pavimentado de bendiciones. Mirando por el retrovisor, al final de su ruta, no verá un panorama desolado. Notará diferencias de fortuna terrenal, pero la copa de bendiciones de todo cristiano estará rebosando como para terminar su carrera épicamente, exudando fuerza y vitalidad espiritual.

Aunque no todos terminan bien. En la revista final habrán muchos salvos. Otros salvos, pero no sanos, desquiciados. Creyentes que fueron salvos, así como por fuego (I Cor. 3:15), pero que terminan en un estado deplorable, acabados por sus privilegios, podridos en bendiciones.

Suena contradictorio. La medicina no es formulada para enfermar sino para sanar, las bendiciones, para provecho espiritual. Son el instrumento de la inversión de Dios en el creyente para generar trofeos de gracia. Con todo, en la banda de la producción de los santos se miran algunos productos defectuosos.

Entre los más tétricos ejemplos se encuentra el rey Salomón, colmo de las bendiciones de Dios. Sus bendiciones comenzaron desde la cuna. De los 19 hijos de David, él era de los más esperados, fundamental para su matrimonio con Betsabé. Tras la dolorosa pérdida del hijo de su adulterio, David se unió de nuevo a ella para consolarla. Ambos esperaban algo más que un nacimiento, añoraban la sonrisa de Dios reanudada, la restauración de las bendiciones suspendidas.

Salomón les devolvió la sonrisa. A su nacimiento Natán vino a David. Esta vez no para reprenderlo David sino para comunicarle buenas nuevas. Este hijo no acarreaba el juicio sino la bendición de Dios. Salomón era “amado por Dios”, consecuentemente, Dios mismo lo nombraba Jedidías (2 Samuel 12:25).

La segunda selecta bendición en su vida, fue el ejemplo de David su padre. Entre reyes, David destacó. Fue el único rey a quien no se le acusó de idolatría y quien fue caracterizado como un hombre tras el corazón de Dios, por Dios mismo. David se encargó de subyugar a todo enemigo y acumular amplia provisión para toda futura necesidad. Salomón cosechó un reino hecho que a su padre le costó sangre, sudor y lágrimas.

Sus bendiciones materiales no vieron paralelo. A la rica herencia de David, Dios agregó la buena fortuna. Lo que David logró en el campo de batalla Salomón lo superó en la arena de los negocios. Comerció armas (carrozas de Egipto); tuvo reyes tributarios que lo colmaron de oro, al grado que en su época, la plata era despreciada -Josefo describe que sus jinetes decoraban sus cabellos con polvo de oro; tuvo el harem más impresionantes de los reyes, 700 esposas y 300 concubinas, todas de sangre azul. Controlaba y recaudaba aranceles de todas las rutas comerciales importantes. Su fuerza laboral contaba con 30 mil obreros en Israel (1 Reyes 5: 13-18), 80 mil canteros, 70 mil esclavos de naciones tributarias, 550 superintendentes y 3 mil trescientos intendentes. Se calcula que su mesa alimentaba a 14 mil comensales. Tomaba toda una tribu de Israel para surtir la despensa de alimentos sólo por un mes.

A sus riquezas Dios agregó otro dote igualmente impresionante: su sabiduría. Caravanas remotas iniciaban trayecto para venir a postular preguntas y escucharlo discurrir. Su sabiduría ha sido inmortalizada en el libro de Proverbios, Los Salmos, el Cantar de los Cantares y el libro de Eclesiastés, una pequeña muestra de su titánica obra literaria de 3 mil proverbios y cinco mil canciones.

A todas estas bendiciones, se agrega las haber sido un tipo de Cristo. Las riquezas de Salomón no fueron el resultado de una providencia al azar. Eran una prefiguración de Cristo. Si David prefigura a Cristo en conflicto con sus enemigos, Salomón los prefigura coronado de gloria y con un depósito de inagotable sabiduría.

Todas estas bendiciones debieron garantizar el futuro de Salomón. Nació en bendición y debió de haber muerto bendecido y bendiciendo. Y en efecto, murió repleto de bendiciones, pero Bendiciones que lo corrompieron, bendiciones podridas. Penosamente, tuvo un final que nadie hubiese imaginado.

Terminó siendo el primer rey acusado de idolatría; se postró delante los abominables ídolos de sus mujeres, habiendo antes aún rehusado a que su principal esposa, la hija de Faraón, viviese en la casa de David por reverencia al arca de Jehová que había habitado ahí; produjo un hijo necio que partió a Israel en dos. Salomón tuvo un desvió irreversible que transformó el favor de Dios a un enfático desapruebo.

¿Cómo puede tanta intencionalidad de Dios terminar así? ¿Cómo puede ser que el maestro que enseñó que sobre toda cosa guardada se guardase el corazón, que predicó que el principio de la sabiduría era el temor a Jehová, termine con un corazón descarriado y una devoción sincretista?

Te sorprenderá saber -y espero que te asuste- que en el dorso de cada bendición, hay una alerta que dice: “Manejese con cuidado, no incluye garantía de bendecir”. Si, toda bendición es buena. Toda bendición desciende del cielo, pero es como el maná que aunque descendía del cielo, si no se manejaba conforme a las instrucciones de Dios, se pudría.

La bendición, no bendice por arte de magia. Ninguna bendición es de soberanía automatizada. Debe trabajarse, debe cultivarse, debe desarrollarse. Aún  la salvación, la más grande y soberana de las bendiciones, repleta del poder de Dios, no anula el esfuerzo humano.

Pablo advirtió esto a los Filipenses cuando dijo: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. (Fil. 2:12–13) Ni el querer, ni el hacer de Dios elimina el esfuerzo, ni aún permite un esfuerzo casual. La gracia de Dios no es un desodorante que elimine el sudor del esfuerzo humano. La gracia, potencial nuestros esfuerzo, pero nunca lo elimina.

La misma idea se expresa a Timoteo. Había sido enseñado desde la infancia en las Escrituras, era discípulo de Pablo, colaborador de él, delegado apostólico, su futuro se había escrito en profecías  (1 Ti 1:18–20.), se le habían impuesto las manos encomendándolo al ministerio.

Bendiciones únicas pero no automáticas. Se le exhorta a en la primera epístola a que “milite la buena milicia conforme a las profecías antes hechas de él”. Asimismo, en la segunda, a avivar el fuego del don que había en él impartido a él por la imposición de manos.

Dios no arroja bendiciones desde el cielo con la indiferencia del bolo de monedas en una boda al despedir a los novios. Él nos ha llamado a la mayordomía de talentos de los que nos ha de pedir cuentas. En nuestros expediente final, toda bendición terminará catalogada “aprovechada” o desaprovechada”, “Fresca (por su cultivo)”, o “podrida (por desperdicio). Y si bien la salvación es exclusivamente por gracia, nuestras recompensas dependerán de la fragancia, o el hedor de nuestra porción de bendiciones.
¿Hermano, qué has hecho con tus bendiciones?, ¿Cuántas veces en tu vida te has detenido a reflexionar sobre todas las bendiciones que Dios te ha concedido y cómo aprovecharlas mejor?

Recordemos las palabras de Jesús: a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.  Luc. 12:48.

Qué el Señor nos encuentre aquellos que con lo poco hicimos mucho y no que con mucho, crecimos poco, y servimos menos.