¿Es Cristo Dios?

¿Acaso es Cristo un impostor que la religión ha impuesto como objeto digno de adoración? ¿Reverberan miles de blasfemias en las iglesias cada domingo cuando es exaltado por los cristianos en devoción suprema y obediencia incondicional?. ¿Es necesario que los cristianos sufran un desengaño respecto a la verdadera identidad de Jesús?

Como ningún otro evangelio, el evangelio de Juan nos brinda una respuesta inequívoca a estas inquietudes. Juan contempla la persona de Jesús a través de una rendija diferente. Mateo, Marcos y Lucas miran lo histórico de Cristo, Juan lo espiritual y divino. Los tres primeros evangelios presentan a Cristo de abajo hacia arriba, Juan, de arriba hacia abajo. La biografía de Jesús según Juan comienza con una encarnación no un mero nacimiento. Describe su existencia antes del primer latido de su corazón.

 

El término Verbo de Dios

Para referirse a Cristo Juan acuña un nuevo término: el Verbo. Un término significante tanto en el pensamiento semita como el griego. Supone el poder dirigente del universo, la expresión misma de Dios. Para el Judío la palabra de Dios no es solo informativa, es creadora, el interruptor que plasma todo lo que Dios determina venga a ser (Prov. 8:23 en adelante). Para el griego el Verbo (logos) es el principio racional que corre a través de todo lo creado. El Verbo es el principio racional subyacente a todo. El término catapulta a Cristo a un papel divino.

Juan mismo desglosa la cualidad del Verbo, nos dice Juan, que este era con Dios, y nos sorprende aún más, el Verbo era Dios. Tan admirable es la descripción que muchos han tratado de sabotear su significancia al sugerir la traducción “y el Verbo era un dios”. Con esto suponen que la divinidad es algo que se da a diversos niveles. Un concepto explosivo para el judío para quien todo lo que no es Dios con mayúscula es falso, un ídolo.

El problema viene en pensar que el artículo en el griego tiene una función idéntica al inglés -o español- para diferenciar entre algo definido “era Dios”, de algo indefinido “era un dios”. Los que proponen el uso restringido del artículo (desconocidos en el griego) tropiezan al llegar al versículo 18 del mismo capítulo en donde “Theos”, Dios, vuelve a ocurrir sin artículo y que interesantemente no traducen: “A un dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Así hay muchos otros versículos en los que la omisión del artículo ocasionarían traducciones incongruentes.

El sustantivo “Verbo” en “el Verbo era Dios” se encuentra en el predicado de la oración. Según la gramática griega los sustantivos en el predicado que anteceden a un verbo, como “era”, no requieren el artículo para ser definidos, y la omisión del mismo no tiene implicación doctrinal alguna.

Además, si la intención de Juan fuera la de conferir a Cristo un rango de divinidad inferior existían palabras para expresarlo. Según el teólogo Donald Maccleud, Juan pudo haber usado el adjetivo “theios” (divino), que contrastado con “Theos”, habría comunicado una diferencia en grado de divinidad.

 

La preexistencia de Cristo

La deidad del Verbo se ve ratificada por su preexistencia eterna señalada en el primer versículo. Para la existencia, Juan utiliza dos vocablos distintos en tiempos diferentes, así contrasta lo que siempre ha sido desde la eternidad, de lo que comenzó al momento de la creación.

En la primera declaración “En el principio era el Verbo“, El verbo “era” es un verbo de existencia diferente al utilizado en el versículo 3: “todas las cosas por élfueron creadas“. Este último proviene del verbo ginomai a diferencia del verboen del primer versículo. De modo que cuando Juan describe la preexistencia del Verbo con Dios utiliza en con tiempo imperfecto que describe una actividad continua sin un comienzo. En cambio, cuando describe la creación de las cosas por el Verbo, el verbo ginomai es utilizado en el aoristo que indica un momento particular en la historia donde todo en la creación tuvo comienzo. Este Verbo que era Dios existe por toda la eternidad antes de que el mundo fuese.

 

La actividad creadora del Verbo

Otro punto asombroso es el papel divino que ejerció el Verbo. Una de las verdades repetidas por los judíos en el AT es que lo que distinguía al Dios verdadero del resto de los supuestos “dioses” de las naciones paganas era que solo Él era el creador. Sorprendentemente, en los primeros versículos de este evangelio se describe al Verbo no como una especie de divinidad abstracta y estática, se le atribuyen poderes creativos absolutos: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” La contundente afirmación lo excluye de ser creatura. Nos habla de que todo fue hecho por él. Y, por si quedaran dudas, remata:  “y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.”

Esto explica la fraseología que todo judío reconocería como una extensión de Génesis 1:1 “En el principio”. Indudablemente, Juan transporta a sus lectores al acto de la creación en Génesis y, a manera de hablar, intima: déjenme darles más detalles de lo que ocurrió en el fabrica de la creación de Dios. Ahí, no solo se encontraba Dios Padre como el iniciador de la creación, y el Espíritu como ejecutor de su palabra, estaba además el Verbo como el medio a través del cual todo fue hecho. Es decir, la divinidad completa estuvo envuelta en la creación: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En suma, el Verbo, es la palabra de Dios en esencia, es la palabra eterna, y además, la palabra creadora. A esto se suma una función de deidad adicional: la palabra explicativa. La palabra que únicamente puede dar a conocer a Dios. Ya Mateo había abierto una rendija de esta exclusiva cualidad: Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. (Mat. 11:27 ). En otra forma de ponerlo: el Hijo es el único que posee derechos de la revelación del Padre. Solo el puede revelarlo y además, el dispone a quién se lo revele.

Este glorioso concepto es descrito por Juan en el versículo 18: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. El término que utiliza en el original es revelador, exegesato (deexegeomai) de donde proviene la palabra que más acostumbramos utilizar para hablar del análisis de la Escritura: exégesis. El Verbo, es la exégesis del Padre, es Dios explicado.

El eco de este concepto reverbera en el resto de la Escritura. En Hebreos, Cristo es descrito como “el resplandor de la gloria de Dios, la expresión exacta de Su naturaleza“, en Filipenses es descrito como la “forma de Dios” y como tal: “igual a Dios“(Filp 2:6).

Desparramados por el resto de este evangelio brillan destellos de su deidad picenaldos en diversos matices. El primero de los milagros ejecutado en las bodas de Caná anuncia su gloria “Jesús hizo esto como un principio de sus señales en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”. En la conversación con la mujer samaritana su identidad no se limita a Mesías, se auto-describe como el “Yo soy, el que habla contigo“(Juan 4:26). En la curación del hombre de Bethzatha se identifica como el Hijo del Padre en forma exclusiva equivalente a igualdad con Dios (Juan 5:18). En la La curación del ciego de nacimiento recibe su adoración sin reproche (Juan 9:38). En el capítulo 10 versículo 30 se identifica con insuperable proximidad con el Padre “Yo y el Padre una cosa somos“. Lo mismo se reitera en Jn 14:9 cuando Jesús despejando las dudas de Felipe le dice: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”  En Jn 17:5 nos muestra un retrato de esa unidad de gloria correspondiente a la deidad: “Y ahora, glorificame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera”  (Jn 17:5). Sin duda el gran finale se expresa en la reacción de Tomás al Cristo resucitado: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28).

Consciente de que de todas las facetas que componen la identidad de Jesús: el hijo del hombre, el gran profeta, el siervo de Jehová, el Hijo de David, el Cristo, la deidad de Cristo era potencialmente la más dificil de creer, Juan no selecciona esta confesión de la boca de Natán -que creía mucho con poca evidencia (Juan 1:48-49)- sino del escéptico Tomás para remarcar la avasalladora evidencia de Su deidad.

¿Cuál es entonces la dificultad en creer en su deidad?, ¿De donde proviene la confusión entre algunos que leen y estudian la Biblia?. Sin duda viene de forma incorrecta de conjugar el papel de la deidad de Cristo con las otras verdades que integran su identidad. Específicamente: La distinción de personas en la divinidad, la distinción de papeles en la divinidad, y la distinción de naturalezasen la persona propia de Cristo.

 

La distinción de personas en la divinidad

Siempre existirán aquellos para quienes la lógica es más importante que larevelación de Dios. Para algunos, el tres en uno y uno en tres del Dios trino, no cuadra con la lógica por lo que no puede ser verdad. Para resolver esto acusan a los cristianos de triteísmo, de que al confesar a tres Dioses caen en el politeísmo que a la vez se oponen. Otros, buscando reconciliar los tics que emite la lógica caen en lo históricamente llamado Modalismo. Solo existe un Dios a quien le place vestirse con tres trajes diferentes según la ocasión.

La verdad del asunto es que Dios nos llama a creer lo que Él ha escrito por fe y no a exaltar nuestra lógica como inspector supremo de lo que habremos de creer y lo que debemos descartar.

Los escritores de la Biblia son muy cuidadosos en conservar el equilibrio entre estas verdades. Es un Dios con distinción de personas. En su evangelio, Juan no escribió: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo. De haberlo hecho así hubiera aniquilado la distinción que existe entre el Padre y el Hijo. El posicionamiento de “el Verbo era Dios” y la falta de artículo anuncian la deidad del Verbo tanto como custodian la distinción de personas. Enseña una unidad entre Padre e Hijo más no una fusión de esencia. El Hijo es tanto Dios como el Padre, pero el Hijo, NO ES EL PADRE.

 

La distinción de papeles en la divinidad

La segunda confusión se da en la arena de la distinción de papeles entre el Padre y el Hijo. Dentro de la trinidad existe un orden y funcionamiento específico. No fue el Padre quien vino a morir en la cruz, ni el Hijo envió al Padre. Existe un modus operandi sacrosanto y eterno que a menudo se malentiende. Sin duda en el orden eterno de las cosas el Hijo se somete al Padre y el Espíritu a los dos. Esta sumisión se toma como inferioridad. Un absurdo que de adoptarse como norma rompería las estructuras que Dios ha establecido en su creación.

Claramente Dios ha establecido que en la unión matrimonial la esposa se someta a su marido y esto de NINGUNA MANERA implica que la mujer es inferior al hombre, pues como la misma Escritura dicta, son coherederas con el varón de la gracia de la vida. Ni en esencia o dignidad queda la mujer rebajada.

Asimismo la Biblia establece diversas dinámicas de autoridad y sumisión. Habla de amos y siervos, padres e hijos, pero jamás implica que aquellos que rinden sumisión lo hacen por efecto de inferioridad sino obedeciendo el orden que Dios ha establecido.

Esto es precisamente lo que encontramos en declaraciones como “…porque el Padre mayor es que yo” (Jn 14:28). Es un error suponer que esto habla de grados de divinidad, cuando en el contexto Jesús desea aquietar los corazones de los discípulos por su partida y les asegura que más que desequilibrar las cosas traerá mayor control, pues esa es la función por excelencia del Padre. La distinción no es de esencia -ontología, sino de función. Tanto en el evangelio de Juan como en el resto del NT, la sumisión del Hijo al Padre antes y después de la encarnación nunca se presentan como disparatadas contradicciones de su esencia divina.

 

La distinción de naturalezas en la persona propia de Cristo.

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…”  (Jn 1:14). Con esta declaración, Juan comienza a dibujar otro aspecto de la gloriosa identidad del Verbo. Es divino, es creador, Pero no permaneció resguardado por la gloria, encarnó, se hizo hombre. Esto no supone una reducción de su divinidad, sino la suma de una naturaleza humana a su divinidad. El Verbo jamás se desvistió de la deidad, la dejó de ejercer durante su misión terrenal, para que tal como todos sus hermanos, caminara bajo la guía del Espíritu santo.

La fase terrenal supone verdades que cuando no son comprendidas ponen en duda su deidad. Como Dios, el Verbo no necesita aprender, no necesita ser santificado, no necesita ser glorificado (como Dios el Verbo siempre estuvo empapado de gloria), no necesitaba ser entronado. Pero todo esto, no obstante lo fue.

Si era Dios ¿por qué se le necesitaba dar lo que por naturaleza le pertenecía eternamente? Era necesario que el Verbo condujera su naturaleza humana, al Jesús el hombre, a un peregrinaje que por medio de la obediencia lo llevara a la misma exaltación de gloria que su naturaleza divina gozaba por derecho divino. No que su humanidad fuera divinizada; fue exaltada a la posición de la deidad, para que el Dios-hombre en humillación, después de su misión terrenal, fuese exaltado a ser  el Dios-hombre en en suprema y permanente gloria por siempre jamás.

Todas estas verdades: el Verbo en pre-existencia en distinción del Padre, el Verbo encarnado en humillación, el Verbo encarnado en eterna exaltación son verdades equilibradas con maestría en la Biblia, de una forma que sostienen la deidad de Cristo sin reducir un ápice otros aspecto de su persona.

Por esto es que en el NT no encontramos recriminación alguna a los discípulos por sobre-exaltar a Cristo, todo lo contrario, las lecciones de Jesús fueron paulatinamente revelando la gloria divina que ni la carne ni sangre les permitió captar, sino por la revelación del Padre celestial (Mateo 16:17).

Cristiano, no tomes esto como un ejercicio académico sino como una confirmación a tu corazón de que cada Domingo cuando alabas y te postras delante de Cristo el Señor, estas reconociendo su verdadera identidad. Dada la excelencia de su persona, tal como Juan el Bautista dijo, es necesario que Él crezca y nosotros mengüemos, pues cuando sale el sol, la estrellas se desvanecen.