El hijo apócrifo

Lucas 15:11-32 También dijo: Un hombre tenía dos hijos……

En el catálogo de lo clásicos de la Biblia destaca esta parábola. Es la representación icónica de la perdición y el correspondiente arrepentimiento. Con el título de “Hijo pródigo” se señala el protagonista principal de este relato y supone la lección principal.

El título es famoso como desafortunado. Nos explica la historia con énfasis desatinado. Presenta lo secundario como lo primario y viceversa. Si en una película sustituimos al actor primario por el secundario cambiaría el sentido de la trama. Para interpretar bien la parábola debemos restaurar el papel del actor principal. No lo encontraremos en el texto sin antes consultar su contexto.

La parábola es el último eslabón de una cadena de tres parabolas: la parabola de la oveja perdida, la parábola de la moneda perdida y por último la del hijo perdido. La descripción de los objetos perdidos y su restauración es conmovedora pero secundaria, sirve de montadura sobre la que descansa la lección: el exuberante júbilo celestial por la restauración de un pecador.

Por esto, la parábola de la oveja perdida concluye:  Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento (Lucas 15:7).

La de la moneda perdida reafirma: Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lucas 15:10).

La parábola del hijo, reitera el punto en estilo diferente y reviste la moraleja en la persona del ¨santo inocente¨ hermano mayor y su actitud incorrecta. A primera vista, el pródigo es el hijo problemático, a manera de hablar, el que deberíamos internar en las ¨urgencias¨ del hospital divino. Más en esta parabola no es él el paciente principal de Jesús. Había otra casta de pecadores menos escandalosos pero más duros y difíciles de convertir: Los fariseos. Son protagonizados por el hijo mayor, que aunque figura en un plano secundario, es el actor principal. Asi lo indica el preámbulo al trío de parábolas en los primeros versículos de este capítulo:

Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola…¨(Luc. 15:1-2).

Como sabemos, no toda la tinta en la Biblia es inspirada. Aparte del contenido, la contribución humana: divisiones de capítulos, puntuaciones y las secciones explicadas por titulos -conocidos por perícopas- están abiertos a interpretación. Con esto presente, Me atrevo a sugerir un título que rima más con la moraleja de esta porción. El título del Hijo apócrifo describe mejor la identidad del actor principal de la parábola.

Como los fariseos, el hijo mayor no era una hijo auténtico, sólo uno en apariencia. Un oportunista religioso con una escueta moralidad externa, sin renovación interna. Era blanco por fuera pero negro por dentro, un sepulcro blanqueado con relleno de corrupción. Sin duda el hijo descarriado era actor de pecados nefandos, lo interesantes es que el apócrifo, exhibía la misma índole de pecados en versión respetable. Se nota en tres areas:

Su ceguera espiritual

El pecado no solo produce corrupción, genera ceguera igualmente. El pródigo tenía una conciencia con callo impenetrable,  Se desplazaba en las zonas más cenagosas del pecado, “deseaba comer las algarrobas de lo mismo cerdos…..¨, lo hacía enteramente desapercibido de su realidad, tenía ceguera total. No tomo menos que la iluminación sobrenatural de Dios lo que lo hizo ¨volver en sí¨ y enfrentarse al horror de su pecado.

El apócrifo también estaba ciego, sin titubeos le dice a su padre: ¨He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Si se hubiese tratado de Pinocho, la hubiera crecido la nariz. El hijo mayor, practicaba una obediencia a flor de piel, sin raíz en el corazón pero suficiente para considerarse un santo de orden canónico.

Un poco de religion, y un poco de moralidad son insuficientes para una conversión total, pero suficientes para el autoengaño que nos hace insensibles al pecado.

Su orgullo meritorio

Ambos hijos se sentían merecedores. El Pródigo aún sin ser el primogénito demandó sus derechos hereditarios. Su insolencia fue rectificada tras su arrepentimiento cuando confesó: ¨Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.¨

El apócrifo también sabía reclamar sus derechos con mayor elegancia: ¨He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos¨. Con esta actitud el hijo mayor transformaba a su Padre de dador a deudor y a él, de mendigo a demandador. De la abundancia del corazón habla la boca, no había en él, ni un latido del concepto de la gracia. Le era innecesaria: era impecable. Según él.

“La gracia de Dios no conoce pecadores desahuciados”

Su manía de juzgar

En esto, el hijo apócrifo era solista. Se la pasaba juzgando a los demás como una forma de mantenimiento para su justicia propia. Aguantaba la mirada de Dios protegido detrás de su santidad comparativa. La esencia de su santidad era la diferencia entre él y su hermano: ¨Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras¨. Siempre salía con el marcador a su favor.

He aquí el peligro particularmente para cristianos de abolengo. Se miden con la regla incorrecta, en contraste con los pecadores del mundo -que ni aun se arriman a su respetable iglesia. Se estancan sin crecer porque los de su iglesia marcan la medida de la máxima talla por aspirar. No caigamos en este error. La Biblia enseña una santidad comparativa, pero no en contraste con el mundo, o los miembros de la iglesia, mirando a la ley de Dios como referente. Solo así notaremos el desmerito delante de Dios y la indispensabilidad de su gracia para nuestras vidas.

El colmo del hijo apócrifo era que estaba más escandalizado del descarrío de su hermano que excitado por su arrepentimiento. Cuán diferente es nuestro Dios. Tres veces en estas parábolas habla de la algarabía celestial por el arrepentimiento de un pecador sin importar cuánto o con que se haya embarrado. La gracia de Dios no conoce pecadores desahuciados.

Su crasa falta de amor por su padre

Amor propio es el amor que el hijo apócrifo tenía para con su padre. Carecía de empatía por las cosas que conmovieron a su padre, y solo tenía interés por sus demandas. Muy parecido al Pródigo que al comienzo veía a su padre como una institución de beneficencia para satisfacer sus derechos de hijo.

Al final de cuentas, la parábola presenta a dos pecadores, uno negro por fuera y negro por dentro y el mayor, blanco por fuera pero negro por dentro. Jesus igualmente vino a salvar a ambas clases, como lo hizo en el caso de Nicodemo y otros fariseos que se convirtieron en el libro de los Hechos. Lamentablemente el segundo es más dificil de convencer, su pedigri religioso le hace sentir salvo, porque, según él, nunca ha estado perdido.

Bethan Lloyd Jones, esposa del eminente pastor y predicador Martyn Lloyd Jones descubrió ser una ¨hija apócrifa¨. Desde niña había asistido a la iglesia y a cada reunión de oración, asumia que era salva y que el evangelio era solo para pecadores notorios que necesitaban arrepentimiento. Dios la despertó a través de una predicación de su propio esposo acerca de Zaqueo donde afirmaba que todo hombre tienen igualmente necesidad de ser salvo. Cayó primero bajo descontento y luego bajo convicción, su esposo le dio un libro a leer que claramente describía su situación. Poco tiempo después se vio liberada de su justicia propia y se convirtió en una hija auténtica.

A todos aquellos que crecieron en una iglesia cristiana, Dios emite a través de esta parábola un llamado a rogar que Él les muestre su verdadera condición. Solo Él puede obrar convicción de pecado al fariseo y convencerlos de que necesitan tanto de salvación como los pecadores más descarriados. Pues al considerar la cantidad de privilegios espirituales que han tenido, sus pecados respetables se hacen escandalosos delante de Dios.