La verdadera adoración del verdadero Dios

Si preguntamos a cada creyente que se dirige al culto de su iglesia el domingo en la mañana, qué se supone que va a hacer allí, es muy probable que la mayoría responda algo como esto: “Voy a adorar a Dios.” Pero si pedimos luego que nos definan con precisión qué significa eso, es muy probable que recibamos respuestas muy diversas. Y es que no todos los cristianos poseemos conceptos claros de lo que es la adoración y mucho menos de la forma que Dios prescribe en Su Palabra para que Su pueblo le adore.

Esa ignorancia es muy grave si tomamos en cuenta que el Señor puede ser adorado en vano (Mt. 15:8-9) e incluso ser profundamente ofendido con nuestra adoración, como nos enseña la historia bíblica en los casos de Nadab y Abiú, de Uza o de Saúl, entre otros. De ahí la enorme importancia del tema de la Conferencia Por Su Causa de este año: El Dios que adoramos.

¿Cómo es ese Dios al cual adoramos y qué significa adorarle? ¿Podemos suponer que cada cristiano debe determinar el qué y el cómo de la adoración confiando en alguna especie de “intuición espiritual”? En la Palabra de Dios encontramos enseñanza clara y explícita sobre la adoración para que no tengamos que depender de nosotros mismos. Y es acerca de esto que trataremos en este artículo.

Al escuchar la palabra “adoración” lo primero que viene a la mente de muchas personas es un programa religioso o un conjunto de rituales. Este fue uno de los problemas principales con que tuvieron que lidiar los profetas de Dios en el AT, la tendencia del pueblo al formalismo y a equiparar los actos externos de adoración con la adoración misma (comp. Miq. 6:6-8; Am. 5:21-24; Is. 58:3-7).

El Señor Jesucristo enfrentó el mismo problema durante Su ministerio terrenal. En Mateo 15:7-9 Jesús acusó a algunos judíos de hipocresía y de honrar a Dios en vano al hacerlo únicamente de labios y no de corazón. La adoración es algo que ocurre esencialmente en el corazón, entendiendo la palabra “corazón” como el asiento de nuestra personalidad humana, nuestro ser interior. Esto viene a ser evidente cuando estudiamos las palabras que escogieron los autores bíblicos, guiados por el Espíritu Santo, para hablar de la adoración tanto en el AT como en el NT.

Hay dos palabras hebreas que son las que se usan más frecuentemente para hablar de la adoración en el AT. La primera es abodah la cual señala el servicio que rinde un esclavo (del hebreo ebed). Esta es la palabra que se usa en Éxodo 1:14 para hablar de la dura servidumbre a la que estaban sometidos los israelitas en Egipto, y es la que se usa invariablemente en el Pentateuco para el servicio en el santuario. Así que en el meollo de esta palabra está la idea del servicio sumiso que rinde un vasallo a su soberano.

No obstante, hay una diferencia fundamental entre el servicio que los israelitas debían llevar a cabo en Egipto cuando eran esclavos de Faraón y el servicio que los sacerdotes y levitas rendían a Dios en el santuario. En la época antiguotestamentaria había dos clases de siervos o esclavos: los que servían por obligación y los que lo hacían voluntariamente. Estos últimos eran aquellos que, habiendo cumplido sus seis años de esclavitud, decidían quedarse con sus amos (comp. Ex. 21:5-6). Éste es el tipo de servicio que los creyentes ofrecen a Dios al adorarle, un servicio voluntario; pero no podemos olvidar que esta palabra indica el servicio sumiso que el vasallo rinde a su señor.

Los que tradujeron el AT del hebreo al griego en el segundo siglo a.C., la versión que conocemos como la LXX, usaron dos palabras griegas para traducir abodah y que luego fueron usadas por los escritores del NT. Una es latreía y su forma verbal latreuo, la cual era usada en el idioma griego para señalar cualquier tipo de servicio, como por ejemplo el servicio de una madre que cuida de sus hijos. Esta es la palabra que Pablo usa en Romanos 12:1 para englobar el servicio que los cristianos rinden a Dios al presentar sus cuerpos en sacrificio vivo.

La otra palabra que usaron los traductores de la LXX es leitourgia, de donde proviene el vocablo en español “liturgia”. Esta palabra no estaba confinada a la esfera religiosa, ya que se usaba también para señalar el servicio que el ciudadano debía rendir al estado. Esta es la palabra que usa Lucas en Hechos 13:2 para referirse al ministerio de los líderes de la iglesia en Antioquía. Estos hermanos, al ministrar en la iglesia, rendían un servicio a su Amo y Señor.

Aparte de abodah, en el AT también encontramos la palabra hebrea shakjá que la Concordancia de Strong define como “deprimir, i.e. postrarse (especialmente en homenaje a la realeza o a Dios); postrar, rendir, reverenciar, encorvar, inclinar, arrodillarse”. Esta palabra lleva consigo la idea de una profunda humillación (Gn. 24:52; 2Cro. 7:3; comp. Is. 2:11; 51:23). En este caso las palabras que usaron los traductores de la LXX no fueron usadas por los autores del NT. Sin embargo, la palabra griega proskuneo que es la que se usa más comúnmente en el NT para hablar de adoración, posee un significado similar: “besar, como el perro lame la mano del amo; agazaparse, postrarse en homenaje (hacer reverencia…, adorar).”

La verdadera adoración, entonces, implica un reconocimiento de la grandeza y majestad de Dios, así como un corazón maravillado y postrado ante esa grandeza. Pero ahora debemos añadir otro elemento vital de la adoración.

Al adorar debemos estar apercibidos de la grandeza y majestad de Dios por un lado, y de nuestra bajeza y pequeñez por el otro; pero debemos estar apercibidos también de la santidad de Dios y de nuestra pecaminosidad. Dice en Is. 57:17: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.”

Nuestro Dios es santo y nosotros somos pecadores. De ahí el énfasis de las Escrituras en la necesidad que tenemos de que nuestros pecados sean expiados antes de que podamos acercarnos a Dios. El pecador necesita reconciliarse con Aquel que ha sido ofendido por nuestros pecados, de lo contrario, no puede tener acceso a Su presencia. Es por eso que toda la estructura de la adoración en el AT está enraizada en el sistema sacrificial.

Herbert Carson dice al respecto: “Antes de que un hombre traiga su ofrenda quemada, la cual habla vívidamente de su total compromiso a Dios; antes de que traiga su ofrenda de paz, cuyo énfasis es en la comunión con su Señor; antes de que se involucre en alabanza en el templo – él necesita el perdón obtenido por la ofrenda del pecado. Este último sacrificio pone en foco la fealdad del pecado a la vista de Dios, la demanda de la justicia divina de que el pecado sea castigado, y la provisión misericordiosa de la víctima sacrificial como el sustituto que carga con el castigo” (Christian Worship; pg. 12).

En el NT esa relación entre expiación y adoración es más clara y profundamente enfatizada por el sacrificio expiatorio de Cristo como el centro de nuestra reconciliación con Dios. Todos los sacrificios del AT no eran más que una sombra que apuntaban hacia el sacrificio de Cristo como el verdadero Sustituto que lleva sobre Sí el castigo que merecemos por nuestros pecados. Con la luz que nos brinda el NT podemos ver más claramente la santidad de Dios y lo horrendo de nuestro pecado, lo que nos prepara para dar a Dios una adoración más reverente.

Pero al mismo tiempo debe ser una adoración gozosa porque reconoce la realidad del perdón y la nueva relación que ahora tenemos con Dios por causa de Cristo. En nuestro próximo artículo continuaremos ampliando estos aspectos de la verdadera adoración.

© Por Sugel Michelén. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.