El evangelio de la gracia de Dios y la amargura del corazón

Lo primero que un creyente debe hacer para luchar contra la amargura es volver a predicarse el evangelio de la gracia de Dios en Cristo. Aparte de la gracia de Dios, ¿qué somos nosotros? Pecadores y transgresores, que no merecemos ninguna otra cosa que la ira de Dios por causa de nuestros pecados. Eso es lo que somos. Y si eso es lo que somos, entonces no hay razón para protestar.

Quizás hemos sido acusados de una falta que no hemos cometido, o se nos ha mal tratado sin razón alguna, o alguien a quien hemos hecho bien nos ha devuelto mal. Pero si Dios y los hombres nos dieran lo que merecemos por las faltas que sí hemos cometido, nuestras vidas serían un infierno aquí y seguirían siendo un infierno por toda la eternidad. Tal vez no somos culpables de lo que se dice de nosotros, pero por nosotros mismos, sin la gracia de Dios, somos peores que lo que cualquiera puede ver en nosotros o decir de nosotros.

Así que debemos creer lo que la Biblia dice que somos sin la gracia de Dios, y meditar en ello continuamente, sobre todo cuando somos objetos de mal trato, desconsideración o injusticia. Es un asunto de fe. Vinimos a Cristo arrepentidos de nuestros pecados porque creímos que en verdad éramos pecadores. Pero debemos seguir creyéndolo.

Los cristianos hacemos mucho énfasis en la fe que necesita el pecador para ser salvo, y eso está bien; pero no debemos perder de vista la fe que necesitamos ahora que somos salvos para crecer en santidad. La misma fe que se requiere para ser salvos se requiere para ser santos. Las mismas cosas que creímos cuando vinimos a Cristo debemos seguirlas creyéndolos día tras día, y aplicarlas en el momento preciso para luchar con las tentaciones.

¿Has sido tratado injustamente, y el individuo parece que se ha salido con la suya? ¿O no ha recibido lo que en verdad merecía? Ejerce fe en ese momento en lo que la Biblia dice que somos nosotros sin la gracia de Dios. Te han tratado injustamente por algo que no has hecho, es cierto, no obstante tampoco has recibido lo que justamente mereces por muchas otras cosas que sí has hecho. Si no fuese por la pura gracia de Dios no podríamos disfrutar de las muchas bendiciones que recibimos cada día de Su mano, y de manera particular la bendición de tener comunión con Él y ser Sus hijos. Medita en esa verdad de las Escrituras.

Pero eso todavía no elimina el problema que planteamos en el artículo anterior. El círculo moral sigue abierto; el malhechor no ha recibido lo que merece, y nosotros seguimos luchando con un sentido de indignación, producido en parte por la imagen de Dios en nosotros, por ese sentido de justicia que vino incluido en esa imagen y que nos dice que el mal debe ser debidamente castigado. ¿Cómo podemos enfrentar adecuadamente este problema? Eso es lo que espero que veamos en la próxima entrada, si el Señor lo permite.