La decadencia espiritual: Su verdadera causa

Si existe una consideración que debemos colocar por encima de todas las demás en este asunto de la decadencia y avivamiento de la piedad en el alma, es esta: Que la vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo.

En el momento en que somos salvados el Espíritu de Cristo viene a morar en nosotros, comunicándonos de ese modo la vida espiritual de Cristo y Sus características. Varios textos enseñan esto con toda claridad en la Escritura:

En Jn. 14:19 Cristo dice a Sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Y en Jn. 15:4-5: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Gal. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”.

Muchas veces hablamos de la vida eterna como algo que se nos da, y eso no es incorrecto en sí mismo (Pablo dice en Ef. 2:9 que la salvación es un regalo de Dios); pero es más preciso verla como algo que compartimos. Por el hecho de estar en Cristo somos hechos partícipes de Su vida.

1Jn. 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Y en el vers. 20 añade: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”.

Es por eso que el NT hace un uso tan frecuente de la expresión “en Cristo” o frases similares (Pablo usa ese tipo de expresión unas 216 veces en sus cartas). Todo lo que somos y todo lo que tenemos se debe únicamente al hecho de que estamos en Cristo.

Es a eso que se refiere el Señor en Juan 6 cuando dijo a los judíos que si querían ser salvos debían comerlo y beberlo. Cuando nosotros comemos y bebemos los alimentos que sostienen nuestra vida física, esos alimentos vienen a ser parte constituyente de nuestro cuerpo.

Y lo mismo ocurre a nivel espiritual. Cuando creemos en Cristo, nos estamos apropiando de Él, y Su vida espiritual con sus características pasa ahora a ser nuestra (comp. Jn. 6:47-58).

Por eso decimos que el cristianismo es Cristo. Estamos vivos espiritualmente porque Él mora en nosotros por Su Espíritu; y ahora podemos ser salvos porque Él está obrando en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a Él.

Son esas características de Cristo las que Pablo describe en Gal. 5:22-23 como el fruto del Espíritu. La diferencia entre Él y nosotros, es que en la Persona de Cristo esas gracias son intrínsecas y son perfectas; mientras que en nosotros son derivadas y necesitan ser perfeccionadas. ¿Cómo? Supliéndonos constantemente de la fuente de la que se derivan: Cristo mismo.

Juan nos dice en su evangelio que la Ley nos fue dada por medio de Moisés, “pero (que) la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Él es la fuente por la cual fluyen todas las gracias de Dios a nuestras vidas.

Pero, ¿cómo podemos, en una forma práctica, alimentarnos de Cristo? De la misma manera como llegamos a ser partícipes de Él: por medio de la fe. ¿Qué quiso decir el Señor cuando habló de que Él era el Pan de Vida, y que sólo comiéndole a Él podíamos tener vida eterna?

El Señor estaba hablando aquí de depositar toda nuestra fe en Él y apropiarnos de Él en todos Sus oficios aceptándole como nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey.

Así como el Espíritu de Cristo vino a morar en nosotros cuando fuimos salvados, comunicándonos de ese modo la vida de Cristo y Sus características, esa vida y esas características son ahora desarrolladas y fortalecidas en la misma medida en que continuamos alimentándonos de Cristo por la fe.

Es por fe que contemplamos la gloria de Cristo, Su persona, Su obra de salvación, su perdón continuo, sus oficios como Profeta (revelándonos la verdad de Dios), como Sacerdote (intercediendo por nosotros ante Dios) y como Rey (teniendo pleno derecho de gobernar nuestras vidas).

Y cuando miramos a Cristo constantemente con los ojos de la fe, y contemplamos Su majestad para adorarle, contemplamos Su santidad y bondad para imitarle, contemplamos Su redención para agradecerla, entonces las gracias que El impartió en nosotros se fortalecen y desarrollan (comp. 2Cor. 3:18).

El ministro puritano John Owen dice al respecto: “Cuando la mente es llenada con pensamientos de Cristo y de Su gloria, cuando el alma se adhiere a Él con intensos afectos, esto echará fuera, y no permitirán la entrada, de aquellas causas que provocan debilidad e indisposición espiritual” (Owen; vol. 1, pg. 461).

Y en otro lugar añade: “¿Hemos descubierto en nosotros decaimiento en la gracia…? ¿Mortandad, frialdad, adormecimiento, algún tipo de tontera y de insensibilidad espiritual? ¿Hemos descubierto lentitud en el ejercicio de la gracia en su momento apropiado…? ¿Quisiéramos ver nuestras almas recobrarse de estas enfermedades peligrosas?… No existe una mejor manera de ser sanado y librado; más aún, no existe otra manera que no sea ésta: obtener una fresca visión de la gloria de Cristo por fe… La contemplación constante de Cristo y Su gloria, ejerciendo un poder transformador que reavive todas las gracias, es el único socorro en este caso” (Ibíd.; pg. 395).

¿Qué tanto ocupas tus pensamientos en meditar en la gloria de Cristo? ¿Qué tanto procuras imitarle? ¿Qué tanto le manifiestas tu amor y tu adoración? ¿Qué tanto profundizas en el estudio de Su Persona y Su obra a través del estudio cuidadoso y reflexivo de la Escritura?

La vida cristiana no se vive simplemente siguiendo una serie de reglas o creyendo una serie de doctrinas (por más importantes que las doctrinas sean para una vida cristiana vigorosa). La vida cristiana práctica consiste en comunión con Cristo. Por estar en Él estamos espiritualmente vivos, y sólo en comunión con Él podemos estar saludable y vigorosamente vivos.